sábado, 14 de marzo de 2015

Kahlo and Rivera


The Boston Globe
ART REVIEW

Kahlo and Rivera: power couple



DETROIT — When Frida Kahlo came to the United States in 1931, she found the entire country “ugly and stupid,” and longed to return home to Mexico. 
MUSEUM OF MODERN ART
Frida Kahlo’s “Self Portrait with Cropped Hair.”
Her husband Diego Rivera, on the other hand, was mightily stimulated. The charismatic, cow-eyed, fat-belted muralist was already an international art star, and he arrived in Detroit in 1932 ready to execute what he thought of as his life’s masterpiece, the Detroit Industry murals at the Detroit Institute of Arts.
Kahlo was barely an artist at this point. She had talent, she had dabbled, but her efforts had been sporadic. She and Rivera, both avowed communists, had met when she was an art student. By the time they came to America, he was not long returned from a nine-month stint in Soviet Russia, and their marriage was less than two years old. She was very much in his shadow.
Detroit changed everything for Kahlo — and, more obliquely, for Rivera, too. It was in that city — convulsed at the time by massive labor protests, murderous police responses, and a Depression deepening in severity by the month — that Kahlo’s art began to wriggle to life. 
“Diego Rivera and Frida Kahlo in Detroit,” a new exhibition at the Detroit Institute of Arts, focuses on the year this illustrious Mexican double act spent in the city. Organized by Mark Rosenthal, it’s not the first exhibition on Kahlo and Rivera in recent times; two years ago, three North American museums collaborated on “Frida & Diego: Passion, Politics and Painting.” Yet given their fame, it’s surprising how few exhibitions have addressed these astonishing artists together. 
The DIA show has a tight, scene-setting prologue and a more lavish epilogue that conveys some of the harrowing brilliance of Kahlo’s post-Detroit career. The highlight is a wall of Kahlo’s self-portraits, which includes the celebrated “Self-Portrait with Cropped Hair” (1940) from the Museum of Modern Art, and “Double-Portrait of Diego and I” (1944) – a tiny image showing the right half of Rivera’s head conjoined with the left half of Rivera’s, both textured like braille, the remarkable image obsessively framed in shells.

lunes, 2 de marzo de 2015

La indispensable Raquel
Teresa del Conde
A varios no nos tomó desprevenidos la muerte de Raquel Tibol, por mucho que lamentáramos la fase final de sus malestares y la dificultad de lograr comunicación con ella. Se despidió de algunos de sus seguidores o admiradores. No fue felizmente mi caso, la última vez que escuché su voz todavía conservaba esperanza de seguir adelante, y aludía a que los médicos estaban equivocados, actitud, la verdad muy de ella y yo así lo consideré. Lo que celebro es que la homenajeamos en vida en la Sala Manuel M. Ponce de Bellas Artes, pronunciando discursos en su honor y sea o no que le hayan gustado, al agradecerlos se llevó uno de los más nutridos aplausos que he escuchado en ese ámbito. Fue presidido no sólo como funcionaria, sino como participante por María Cristina García Cepeda, directora del INBA. Nunca he visto reunida tanta gente perteneciente a este gremio o como diría Bourdieu al campo artístico, allí estuvimos tirios y troyanos y entre los particpantes con ponencia destacaron tanto Renato González Mello, director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, como Armando Ponce, del semanario Proceso. Toda una generación se nos fue en pocos meses: Vicente Leñero, don Julio Scherer y ahora Raquel Tibol.
En una ocasión en la que entablé diatriba con ella, a partir de uno de sus artículos y recurriendo a las cartas a la redacción, me fue dicho que no se publicaría mi comentario ya no en contra de Tibol, fue la consigna. Lo que no se entendió bien en ese momento es que a ella eso le fascinaba. Temida y admirada. Eso si uno experimentba temor ante los enfrentamientos y claro está que podía uno experimentarlo, sobre todo en público con más de 100 asistentes a un panel, a mí llegó a ocurrirme, me defendí a capa y espada y fui dejada en paz. Persistió una comunicación que en materia de consultas fue perenne en lo fundamental de mi parte hacia ella, pero en alguna ocasión también viceversa. Diferíamos radicalmente en un aspecto: yo no creo, dado su carácter de raíz literaria, que la crítica de arte pueda ser contundente y eso proviene quizá de mi formación (y acaso malformación) tanto en sicología como en la academia. Raquel fue admirada y valorada como historiadora, y como historiadora precisa y fiable por Justino Fernández, por Xavier Moyssén fueron amigos cercanos, por Beatriz de la Fuente, no menos que por Octavio Paz, y en épocas recientes por Renato González Mello, quien incluso fomentó que se le dedicara la exposición multidisciplinaria sobre la pintura titulada El nacimiento del fascismo, de Siqueiros. Raquel en alguna ocasión expresó un comentario negativo sobre obras de Francisco Toledo. Él me dijo: lo malo es que tiene razón.
Mi modo de homenajear a Raquel el día en que conocí su partida, fue releerla en torno a Diego Rivera y Siqueiros. Prefirió a este último en materia ideológica y su método explícito en la estupenda cronología incluida en Arte y política consistió en seleccionar impecable material documental que avalaba sus tesis o sus sentires de aquel momento. Por ejemplo: en 1929 (viaje de Diego Rivera a la URSS como invitado) merece el siguiente comentario, extraído del documento: para el Partido Comunista Mexicano, la línea del Sexto congreso del Komitern representó en el aspecto político y organizativo, el viraje sectario más pronunciado de su historia. Más adelante toma declaración de Siqueiros: “Al regresar (Diego) a México, como según Siqueiros era snob se apoderó de la Revolución como snob. Ha pintado indios gordos, rozagantes, felices y esto porque es un burgués. Fue el pintor de Morrow” (se refiere a los murales del Palacio de Cortés, en Cuernavaca). Fuera de su costumbre, Raquel emite aquí un comentario ya no como simple testigo o recopiladora de documentos: “Diego realizó una mezcla de anarquismo, liberalismo y socialdemocracia (…) Su aventura anarquista fue muy desafortunada (…) Hay oposición entre anarquismo y marxismo”. (p. 441) Mucho tiempo después de publicado ese libro, yo le hice a Raquel una consulta sobre el sentir de Diego respecto de la Guerra Civil española. No había cambiado su sentir: más que comunista, como se acostumbra a considerar, Diego fue anarquista.
Por si fuera poco Rivera hizo pública en la prensa diaria declaraciones que lo colocan al lado de la candidatura del general Almazán (…) Al brindarle su apoyo se pone en plano de traición al marxismo revolucionario.
¿Esto quiere decir que Raquel fue comisaria, o que practicó el marxismo como religión? No, no es así. Recordemos que admiró en toda forma a Tamayo y le dedicó el formidable homenaje a sus 70 años, ocupando tres museos y muchos escritos. Raquel era por supuesto de izquierda, pero a la vez puede concluir que simpatizó o fue mayormente atraída por Siqueiros que por Rivera y existe una forografía de 1964 (no reproducida en el dossier que ella misma publicó) en la que aparecen ambos, mirando el nuevo libro de Raquel. Siqueiros acababa de salir de Lecumberri, era su primera aparición pública. Mucho después, con motivo de otro congreso (creo que era el Congreso de la juventud, pero no lo puedo asegurar) Raquel le soltó una bofetada, como recuerda Merry MacMasters en el excelente reportaje que le brinda y que apareció publicado en la edición de ayer de este diario.


Yo le debo mucho a Tibol, la festejaba los días del maestro porque fue ella quien me conminó a ser asidua con la escritura (lo cual, dicho sea de paso, no quiere decir que la asiduidad escritural tenga en todo momento validez o procure instrucción al prójimo o dé en que pensar). Quien la practica se expone y eso hay que arrostrarlo a sabiendas de que nadie, nadie en el mundo tiene una verdad contundente respecto de hechos que no pueden comprobarse porque tienen que ver con valoraciones o introyecciones personales. Pero como dice el dicho: algo es algo y lo que se dice, en todas formas proporciona ladrillos para la historia, aunque haya que ir desechando y calibrando la pertinencia o no de estos ladrillos, en todas formas son testimonios de época. Con todo y que yo recibí, como muchos otros, tibolazos mi discreto tributo póstumo hacia ella consiste en lo medular: a) en reconocerle todos sus méritos, la crítica de arte en México no hubiera sido igual sin Tibol que con ella, y b) en considerar que no hay que aspirar a la contundencia por más argumentos que uno pueda proponer. Eso conmina a la vigencia de su obra, que es patrimonio de generaciones presentes y futuras.